¿Cuántos habitantes de Sevilla sabrán o podrían imaginar que el barrio de La Oliva esconde un auténtico vergel en sus jardines? ¿Cómo es posible que no se conozca este tesoro que contiene una diversidad mayor que la del Parque de María Luisa, con más de 300 especies de árboles? Por eso parecía buena idea comenzar la jornada con un recorrido por los Jardines de la Oliva, curiosamente integrados en los espacios que median entre bloques de edificios serpenteantes. Cualquier vecino puede, así, asomarse al balcón y contemplar una de las exóticas variedades que desde los años 80 ha ido sembrando la Asociación de Amigos de los Jardines de La Oliva. Del mismo modo, si acudimos como paseantes, podemos sorprendernos con la imagen de una señora empujando su carro de la compra frente a una Duranta Repens originaria de Perú.
Jacinto Martínez, presidente de la asociación, ejerció de guía y de memoria viva en una ruta que contó con la colaboración de los respectivos nodos en Sevilla de los colectivos Jane’s Walk y Geoinquietos. Más allá del enriquecedor paseo, esta actividad denominada Atlas botánico animaba a los participantes a colaborar realizando un mapeo (digital o analógico) de algunas de las especies apreciadas y un anillado simbólico de esos árboles mediante etiquetas que medían el perímetro de su tronco, para su identificación por cualquier otra persona. Siguiendo la filosofía de las rutas de Jane’s Walk, se trataba así de convertir a cada vecino en un experto –botánico, en este caso– en su propio barrio.
La Asociación de Amigos de los Jardines de La Oliva, que en 2016 cumplirá 30 años desde su fundación, tiene como objetivo principal el de proteger las zonas ajardinadas de esta barriada, así como encauzar las inquietudes medioambientales de sus vecinos. No en vano, la independencia política de la que hacen gala ha hecho que sus socios superen a día de hoy el millar y que a su causa se hayan ido agregando puntualmente otros colectivos “para dar respuesta a las arbitrariedades del Ayuntamiento de turno”, según lo expresaba Jacinto en la introducción al paseo. Así, ante las 26 personas reunidas para la actividad, recordaba el año en que impidieron el proyecto de un parking subterráneo bajo una serie de árboles decimonónicos en los Jardines del Cristina. Su única arma de oposición, eso sí, era la palabra: recitaban al poeta Manuel Benítez Carrasco, que fuera en vida socio de honor y al que la asociación logró que se le dedicara la avenida que media entre el parque José Celestino Mutis y la barriada de La Oliva.
No es la única figura por cuyo reconocimiento han luchado: el pasado año y con motivo del centenario de la apertura al público del Parque de María Luisa, realizaron más de un centenar de actividades en este espacio y a día de hoy aún están recogiendo pequeñas aportaciones para lograr que se levante un monumento a Nicolas Forestier, paisajista francés que diseñó los jardines. “Somos un movimiento ciudadano de presión social y nadie va a taparnos la boca”, decía Jacinto al resumir la labor que hacen, aunque su razón de ser se resume en un motivo mucho más cercano: “Queremos dejar un mínimo patrimonio vegetal a nuestros nietos”. Y es que, a lo largo de estas décadas, “ha habido muchos arboricidas y detractores de la asociación, pero ahora parece que la gente joven es más sensible a la cuestión medioambiental”. Aunque sólo sea por las ventajas más evidentes que aporta mantener una zona verde de esta amplitud: en verano, estas calles de La Oliva llegan a alcanzar 5 grados menos de temperatura que otras partes de la ciudad.
Gran parte de la culpa la tiene el vivero donde nos reunimos para iniciar el paseo botánico. Situado frente a la sede de la asociación, concentra numerosas variedades de los cinco continentes en apenas 250 metros cuadrados. De estas especies, casi cincuenta proceden de la recolección de semillas que efectuaron en el Jardín Americano de la Expo’92, de ahí su singularidad. Algo más de 70 fuimos capaces de identificar en el recorrido por los Jardines de La Oliva, no sólo atendiendo a sus hojas –que en esta época del año eran, por lo general, más escasas– sino también a su porte y su corteza. Árboles como la jacaranda, el palo borracho (Argentina), el quejigo, el álamo negro, el parasol (China), el aligustre, el aromo (Costa Rica), el castaño de Indias o el singularísimo árbol del amor blanco (una rareza de espectacular floración), fueron algunas de las paradas incluidas en este recorrido participativo, que atrajo a muchos aficionados y también a gente no tan experta pero llena de curiosidad.
Como en el caso de María José y Juan Carlos, que vinieron desde La Puebla de Cazalla junto a su hija Elena, estudiante de Biología. “Conocimos los paseos de Jane’s Walk Sevilla en su primera edición –año 2014– y sintonizamos rápido con la sensibilidad de esta iniciativa”, nos contaba Juan Carlos, que ahora está trabajando en un proyecto sobre peatonalización de entornos escolares. Además, están familiarizados con la vida vegetal, ya que hace tres años que plantaron 297 olivos que ahora cuidan para la comercialización de aceite. Pero también había grandes especialistas entre los paseantes, como Carlos Romero Zarco, profesor de Botánica en la Universidad de Sevilla: “Nunca había visto tantas especies raras juntas”, confesaba mientras iba complementando las informaciones que trasladaba Jacinto a los paseantes. “No hay ningún barrio en Sevilla que posea esta riqueza vegetal, y además los jardines están muy bien cuidados”, algo que sorprende si se tiene en cuenta que las zonas de uso público de La Oliva no están recepcionadas por el Ayuntamiento de Sevilla, sino mantenidas por los propios vecinos. “Es un modelo de funcionamiento”, según el catedrático de la Hispalense, “pero sólo puede cuajar con un grupo de gente como este, comprometido y que logre una continuidad en su labor”.
Otra de las garantías del relevo generacional en el ámbito medioambiental podría venir motivada por la aplicación de las nuevas tecnologías. Así, para la recogida de datos en el paseo botánico, además del anillado in situ y de su registro analógico, se ofreció a los participantes la opción de colaborar en su identificación y localización digital. Para ello, contamos con la presencia de Geoinquietos Sevilla, un movimiento ciudadano colaborativo que busca promover la inserción de información geográfica a través de herramientas tecnológicas colaborativas tipo wiki. En concreto, para el mapeo o geolocalización de especies de los Jardines de La Oliva, se empleó la aplicación OpenStreetMap, en la que se lograron insertar 47 árboles de 23 especies diferentes. “Este paseo podría quedarse en la visita y apreciación por parte de las personas que estamos aquí”, explicaba María Arias de Geoinquietos, “pero gracias al mapeo, la información quedará disponible en la Red para mucha más gente”. Como en los paseos de Jane’s Walk, este proyecto parte de la premisa de que el ciudadano es el mejor mapeador.
“La geolocalización es transversal”, nos decía Moisés Arcos, otro de los integrantes de Geoinquietos Sevilla, “ya que cualquier dato que se te ocurra es localizable en el espacio”. De ahí que uno de los primeros usos de este tipo de herramientas se realizara en catástrofes humanitarias: en concreto, fue en el terremoto de Haití, por parte de los equipos de rescate. “Muchísima gente creando datos de forma voluntaria y simultánea: es la forma más rápida de actuar”, según María. Para ello, la información tiene que recopilarse en una base de datos pública y accesible, y a través de aplicaciones de software libre que no establezcan restricciones a la acción ciudadana: “Al no ser colaborativa, una herramienta como Google Maps no se puede actualizar a la misma velocidad que OpenStreetMap”, comenta Moisés. Ingeniero informático, él es uno de los universitarios promotores de esta iniciativa en Sevilla, que incluye a especialistas de ámbitos muy diversos, desde la arquitectura a la historia, y cuyo principio ineludible es compartir la información recogida.
Con esa misma intención, el paseo por los Jardines de La Oliva concluyó con el reparto entre los participantes de las semillas de algunas de las especies allí presentes. Así, teníamos la oportunidad de llevarlas con nosotros y plantarlas, o bien dejarlas prendidas a los globos de helio que conformarían el olivo navideño junto al mensaje que quisiéramos adjuntar. Pero, ¿adónde irían a parar aquellas semillas?
Fdo. JWSVQ